El chico de la casa 123
3 participantes
Página 1 de 1.
El chico de la casa 123
Bueno aquí traigo una pequeña historia cruda que se me ocurrió ayer noche XD Espero os deje con mal cuerpo jojojo *¬*
___________________________________________________
La cárcel es para pardillos. Siempre lo he dicho y siempre lo diré y por mucho que el sargento Swatson me repitiese que la cárcel es algo muy serio, yo siempre seguiría diciendo que solo los tontos serían capaces de dejarse atrapar.
"No digas bobadas jovencito y escucha a tu padre, no existe crimen perfecto, los malhechores no se dejan atrapar sino que la policía consigue cogerlos en el momento justo. Si se dejasen atrapar todo sería un camino de rosas." Eso repetía el sargento Swatson día sí y día también a la hora de la cena cuando nos contaba a mí y a Isabel sus batallitas en el trabajo. Lo cierto es que a mí no me importaba lo que hiciesen o dejasen de hacer esos dos bultos humanos que Dios me había obligado a obedecer, pero si no hacía acto de presencia en casa, especialmente a la hora de cenar, las cosas llegarían a sacarse de quicio y eso sería muy pesado.
El hecho de que recuerde mi perra infancia es el vigésimo aniversario del homicidio de Isabel. Había sido horrible, todos los periódicos de la región proclamaban "Brutal asesinato de una mujer de Cansas" o "Un cuerpo se ha encontrado en el bosque, la mujer muestra signos de horribles vejaciones". La gente podría pensar que la noticia no era de tal alcance como los medios intentaban mostrar, incluso seguramente creerían que se había adornado la situación para sacar jugo al asunto, pero yo puedo asegurar que tanto la televisión como los periódicos se quedaban cortos al informar de los hechos.
Lo recuerdo con claridad. Yo tenía 15 años y me encontraba en el parque haciendo novillos con un par de compañeros de mi quita, hasta que decidí que no pintaba nada más entre esa panda de macacos. Me fui a mi casa, Isabel tendría que estar allí, pero su represalia me importaba menos que una mierda. Al llegar, entré por la puerta de atrás que daba casi directamente a mi cuarto. Siempre era mejor escuchar los gritos desde detrás de la puerta, así que, sigilosamente moví el pestillo y me metí en casa. Me dirigía con rapidez a mi cueva cuando escuché unos quejidos que reconozco, en su momento me dieron un escalofrío, acompañados de un habla más que vulgar que susurraba los peores insultos. Me acerqué con cuidado y vi por la pequeña abertura que había en la puerta del salón ¿y qué encontré? Realmente nada que a un chaval de la calle acostumbrado a una vida de mierda le pudiese sorprender. Swatson, el justo y bondadoso sargento de policía, tenía a Isabel empotrada contra la pared y agarrada por los pelos.
"Te voy a matar puta. Uno de estos días te voy a joder todo lo que tu me estás jodiendo." Repetía en susurros el defensor de la justicia mientras Isabel intentaba que no le arrancase la cabellera entre lágrimas. Al ver la escena no me alarmé, realmente era algo que venía deduciendo desde hace mucho tiempo, algo que parecía, Swatson trataba de enseñarme.
Isabel era una mujer preciosa con una melena negra ondulada y un cuerpo de infarto que, por dentro, estaría tan podrido por el tabaco y el alcohol como podía estar la conciencia de Swatson. Nunca la había visto como una madre, ni siquiera como una tutora, simplemente era la tía buena que el sargento tenía en casa para disponer de ella y que de paso descargaba su rabia conmigo. Así que, cuando vi el panorama, simplemente me encogí de hombros y los dejé a lo suyo acercándome a la nevera para tomar cualquier cosa ya que, deducía, que ese día no habría comida. Al abrir el frigorífico pude ver, escondida entre cacharros, una tarta que ponía "Enhorabuena Suboficial" y una nota. Comprendí que el estúpido de Swatson no había dejado a Isabel explicar sus intenciones y como siempre, había dejado que su rabia se despilfarrara al ver que no tenía su plato favorito sobre la mesa.
El caso es que cuando fui a comerme mi sándwich de crema de cacahuete y a coger mi birra, se me calló un cacharro que llamó la atención de los presentes.
"¿Qué coño haces aquí?¿No tienes que estar en la escuela?" Me gritó con sus buenos modos el sargento, ahora suboficial, cuando me vio en la cocina. Lo vi con era ira incontrolada en sus ojos y decidí que la puerta de salida estaba muy bien colocada en la cocina. Puse pies en polvorosa y me fui de allí siendo perseguido por Swatson durante un buen rato. Estaría bien que cuando me escondí bajo aquel puente él se hubiese ido por otro lado, pero me abordó por la espalda y me tiró al suelo. Utilizó sus esposas y me maniató para poder inmovilizarme.
"Así aprenderás a ir a clase chico". Aun me duelen hoy los golpes de esa hebilla metálica que ponía "Policía Local". Finalmente cuando vio que la sangre que salía por mi nariz y mi boca junto con los demás golpes eran suficientes para tranquilizarlo, decidió sacarme las esposas y llevarme a casa. Cuando entré en mi habitación no me sentó muy bien todo lo que había pasado y mis primeras premisas no fueron precisamente alabanzas hacia Isabel y el sargento. igualmente me tumbé en mi cama y me dormí para olvidarme de los golpes.
Me desperté cuando escuché la sirena de Swatson y me acerqué al porche. "¡Métete en casa niño!" Me gritó alterado intentado cubrir a unos hombres que llevaba algunas bolsas de plástico. Por alguna razón intuí que Isabel estaba dentro de esas bolsas pero hice caso de mi padre y volví dentro. dos días después me llevaros a comisaría y me explicaron el suceso.
Eran aun las 4 de la tarde cuando Isabel había salido a la compra con gafas de sol y una bufanda cuando el jefe se había ido ya. Se dirigía al supermercado de siempre cuando, en el aparcamiento, un encapuchado la abordó con cuchillo y la arrastró hacia el bosque que había cerca del lugar, es lo que tiene vivir en un pueblo pequeño, nunca se sabe que bosque estará más cerca.
Resulta que ella no había podido hacer casi nada para defenderse ante su agresor. Antes que nada la amordazó, le ató las manos entre sí y a un árbol y se quitó el pasamontañas. Al verlo, Isabel quedó horrorizada e intentó gritar más que antes. El tipo, sin inmutarse, comenzó con lo suyo. Primero le provocó múltiples lesiones con el cuchillo en todo su cuerpo mientras repetía cosas horribles que la golpeaban psicológicamente. Cuando pensó que los cortes, las heridas, los dedos cortados, la piel arrancada y la ropa hecha casi jirones eran suficiente, su perturbada mente le dio la idea de violarla tantas veces y de tantas formas como ese árbol le permitiese. Se puede imaginar como quedarían la parte delantera y trasera de la pelvis de Isabel cuando el maníaco se vio satisfecho. Tras varias horas de mayores torturas y obscenidades aun las autoridades dudaban de si el tipo consiguió darle el golpe de gracia o ya el cuerpo de Isabel decidió dejar de sufrir, lo cierto es que el maníaco siguió encaramándose brutalmente con el cadáver haciendo que Isabel solo fuese reconocida por la pulsera que llevaba su nombre.
Puedo decir hoy con total seguridad que no fue un cuchillo lo que el malhechor utilizó para cargarse a Isabel sino una navaja de caza, y tampoco es que Isabel no pudiera defenderse de su agresor sino que simplemente se quedó petrificada al verlo, esto también me lleva a explicar que no se sacó el pasamontañas tras atarla sino antes.
El hecho de que tenga tan buen saber de todo esto es, simplemente, que hoy brindo con vino desde mi piso de Nueva York el día en que, por causas del destino, me desperté al oír a Isabel cerrar la puerta de casa y salí tras ese culo respingón con la navaja que el sargento me había regalado y el pasamontañas de senderismo para calmar en el bosque lo que tanto tiempo había deseado hacerle a ese cuerpo de infarto.
Quizás si mi padre no hubiese sido un sargento de policía perturbado y mi madre no hubiese repetido en mi lo que mi padre hacía con ella para sentirse mejor, yo no le hubiese hecho todo eso a Isabel, pero eso no sirvió de nada ante el juez cuando el sargento Swatson vio que todas las pruebas me apuntaban como culpable.
¿Y cómo es que estoy aquí, ahora, en este enorme y lujoso piso en Nueva York drifrutando de la mejor vida que podría llevar? Bueno...Ya he dicho al principio, que la cárcel es para pardillos.
___________________________________________________
La cárcel es para pardillos. Siempre lo he dicho y siempre lo diré y por mucho que el sargento Swatson me repitiese que la cárcel es algo muy serio, yo siempre seguiría diciendo que solo los tontos serían capaces de dejarse atrapar.
"No digas bobadas jovencito y escucha a tu padre, no existe crimen perfecto, los malhechores no se dejan atrapar sino que la policía consigue cogerlos en el momento justo. Si se dejasen atrapar todo sería un camino de rosas." Eso repetía el sargento Swatson día sí y día también a la hora de la cena cuando nos contaba a mí y a Isabel sus batallitas en el trabajo. Lo cierto es que a mí no me importaba lo que hiciesen o dejasen de hacer esos dos bultos humanos que Dios me había obligado a obedecer, pero si no hacía acto de presencia en casa, especialmente a la hora de cenar, las cosas llegarían a sacarse de quicio y eso sería muy pesado.
El hecho de que recuerde mi perra infancia es el vigésimo aniversario del homicidio de Isabel. Había sido horrible, todos los periódicos de la región proclamaban "Brutal asesinato de una mujer de Cansas" o "Un cuerpo se ha encontrado en el bosque, la mujer muestra signos de horribles vejaciones". La gente podría pensar que la noticia no era de tal alcance como los medios intentaban mostrar, incluso seguramente creerían que se había adornado la situación para sacar jugo al asunto, pero yo puedo asegurar que tanto la televisión como los periódicos se quedaban cortos al informar de los hechos.
Lo recuerdo con claridad. Yo tenía 15 años y me encontraba en el parque haciendo novillos con un par de compañeros de mi quita, hasta que decidí que no pintaba nada más entre esa panda de macacos. Me fui a mi casa, Isabel tendría que estar allí, pero su represalia me importaba menos que una mierda. Al llegar, entré por la puerta de atrás que daba casi directamente a mi cuarto. Siempre era mejor escuchar los gritos desde detrás de la puerta, así que, sigilosamente moví el pestillo y me metí en casa. Me dirigía con rapidez a mi cueva cuando escuché unos quejidos que reconozco, en su momento me dieron un escalofrío, acompañados de un habla más que vulgar que susurraba los peores insultos. Me acerqué con cuidado y vi por la pequeña abertura que había en la puerta del salón ¿y qué encontré? Realmente nada que a un chaval de la calle acostumbrado a una vida de mierda le pudiese sorprender. Swatson, el justo y bondadoso sargento de policía, tenía a Isabel empotrada contra la pared y agarrada por los pelos.
"Te voy a matar puta. Uno de estos días te voy a joder todo lo que tu me estás jodiendo." Repetía en susurros el defensor de la justicia mientras Isabel intentaba que no le arrancase la cabellera entre lágrimas. Al ver la escena no me alarmé, realmente era algo que venía deduciendo desde hace mucho tiempo, algo que parecía, Swatson trataba de enseñarme.
Isabel era una mujer preciosa con una melena negra ondulada y un cuerpo de infarto que, por dentro, estaría tan podrido por el tabaco y el alcohol como podía estar la conciencia de Swatson. Nunca la había visto como una madre, ni siquiera como una tutora, simplemente era la tía buena que el sargento tenía en casa para disponer de ella y que de paso descargaba su rabia conmigo. Así que, cuando vi el panorama, simplemente me encogí de hombros y los dejé a lo suyo acercándome a la nevera para tomar cualquier cosa ya que, deducía, que ese día no habría comida. Al abrir el frigorífico pude ver, escondida entre cacharros, una tarta que ponía "Enhorabuena Suboficial" y una nota. Comprendí que el estúpido de Swatson no había dejado a Isabel explicar sus intenciones y como siempre, había dejado que su rabia se despilfarrara al ver que no tenía su plato favorito sobre la mesa.
El caso es que cuando fui a comerme mi sándwich de crema de cacahuete y a coger mi birra, se me calló un cacharro que llamó la atención de los presentes.
"¿Qué coño haces aquí?¿No tienes que estar en la escuela?" Me gritó con sus buenos modos el sargento, ahora suboficial, cuando me vio en la cocina. Lo vi con era ira incontrolada en sus ojos y decidí que la puerta de salida estaba muy bien colocada en la cocina. Puse pies en polvorosa y me fui de allí siendo perseguido por Swatson durante un buen rato. Estaría bien que cuando me escondí bajo aquel puente él se hubiese ido por otro lado, pero me abordó por la espalda y me tiró al suelo. Utilizó sus esposas y me maniató para poder inmovilizarme.
"Así aprenderás a ir a clase chico". Aun me duelen hoy los golpes de esa hebilla metálica que ponía "Policía Local". Finalmente cuando vio que la sangre que salía por mi nariz y mi boca junto con los demás golpes eran suficientes para tranquilizarlo, decidió sacarme las esposas y llevarme a casa. Cuando entré en mi habitación no me sentó muy bien todo lo que había pasado y mis primeras premisas no fueron precisamente alabanzas hacia Isabel y el sargento. igualmente me tumbé en mi cama y me dormí para olvidarme de los golpes.
Me desperté cuando escuché la sirena de Swatson y me acerqué al porche. "¡Métete en casa niño!" Me gritó alterado intentado cubrir a unos hombres que llevaba algunas bolsas de plástico. Por alguna razón intuí que Isabel estaba dentro de esas bolsas pero hice caso de mi padre y volví dentro. dos días después me llevaros a comisaría y me explicaron el suceso.
Eran aun las 4 de la tarde cuando Isabel había salido a la compra con gafas de sol y una bufanda cuando el jefe se había ido ya. Se dirigía al supermercado de siempre cuando, en el aparcamiento, un encapuchado la abordó con cuchillo y la arrastró hacia el bosque que había cerca del lugar, es lo que tiene vivir en un pueblo pequeño, nunca se sabe que bosque estará más cerca.
Resulta que ella no había podido hacer casi nada para defenderse ante su agresor. Antes que nada la amordazó, le ató las manos entre sí y a un árbol y se quitó el pasamontañas. Al verlo, Isabel quedó horrorizada e intentó gritar más que antes. El tipo, sin inmutarse, comenzó con lo suyo. Primero le provocó múltiples lesiones con el cuchillo en todo su cuerpo mientras repetía cosas horribles que la golpeaban psicológicamente. Cuando pensó que los cortes, las heridas, los dedos cortados, la piel arrancada y la ropa hecha casi jirones eran suficiente, su perturbada mente le dio la idea de violarla tantas veces y de tantas formas como ese árbol le permitiese. Se puede imaginar como quedarían la parte delantera y trasera de la pelvis de Isabel cuando el maníaco se vio satisfecho. Tras varias horas de mayores torturas y obscenidades aun las autoridades dudaban de si el tipo consiguió darle el golpe de gracia o ya el cuerpo de Isabel decidió dejar de sufrir, lo cierto es que el maníaco siguió encaramándose brutalmente con el cadáver haciendo que Isabel solo fuese reconocida por la pulsera que llevaba su nombre.
Puedo decir hoy con total seguridad que no fue un cuchillo lo que el malhechor utilizó para cargarse a Isabel sino una navaja de caza, y tampoco es que Isabel no pudiera defenderse de su agresor sino que simplemente se quedó petrificada al verlo, esto también me lleva a explicar que no se sacó el pasamontañas tras atarla sino antes.
El hecho de que tenga tan buen saber de todo esto es, simplemente, que hoy brindo con vino desde mi piso de Nueva York el día en que, por causas del destino, me desperté al oír a Isabel cerrar la puerta de casa y salí tras ese culo respingón con la navaja que el sargento me había regalado y el pasamontañas de senderismo para calmar en el bosque lo que tanto tiempo había deseado hacerle a ese cuerpo de infarto.
Quizás si mi padre no hubiese sido un sargento de policía perturbado y mi madre no hubiese repetido en mi lo que mi padre hacía con ella para sentirse mejor, yo no le hubiese hecho todo eso a Isabel, pero eso no sirvió de nada ante el juez cuando el sargento Swatson vio que todas las pruebas me apuntaban como culpable.
¿Y cómo es que estoy aquí, ahora, en este enorme y lujoso piso en Nueva York drifrutando de la mejor vida que podría llevar? Bueno...Ya he dicho al principio, que la cárcel es para pardillos.
Thobari Ryo- Administrador
- Cantidad de envíos : 680
Edad : 31
Tu sexo :
Puntos : 7569
Fecha de inscripción : 26/08/2008
Re: El chico de la casa 123
¡Hey!
Bueno, como ya te dije por msn, la historia me gustó.
Me dio pena la pobre Isabel y me cayó mal el sargento XD. El prota, bueno, no sé qué decir xDD.
Ñam~ No sé qué más decir XD.
Bueno, como ya te dije por msn, la historia me gustó.
Me dio pena la pobre Isabel y me cayó mal el sargento XD. El prota, bueno, no sé qué decir xDD.
Ñam~ No sé qué más decir XD.
Gray- Cerbero Diseñador
- Cantidad de envíos : 387
Edad : 31
Tu sexo :
Puntos : 6242
Fecha de inscripción : 31/12/2008
Re: El chico de la casa 123
Uy! La leí hace un tiempo y no posteé (se nota que estoy aburrida?). La historia es interesante y algo brutal, si te fijas en los detalles XD. Lo cierto es que tiene ciertas partes, sobre todo el final, que te hacen plantearte cómo han sucedido algunas cosas. Eso mola, porque de pronto dudas *0* "¿Cómo se salvó? Porque aunque la cárcel es para pardillos no es normal que ..." y todo eso XD
Lo cierto es que deja una sensación agradable, así que no puedo quejarme XD
Lo cierto es que deja una sensación agradable, así que no puedo quejarme XD
Página 1 de 1.
Permisos de este foro:
No puedes responder a temas en este foro.