Negro sobre Rojo. - La historia de Selene Gariel.
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Dekiru
Sheegariel
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Negro sobre Rojo. - La historia de Selene Gariel.
Esta es la historia del pasado de un personaje mío que hice para una página. Reutilicé el nombre de Eldwin (el Maestro de Hunter) para no gastar nombres en personajes secundarios. Incluso la protagonista, Selene Gariel, tiene nombres reutilizados. Selene es el nombre de la madre de Marth, otro personaje, y Gariel el apellido de Nikko (una niña que también pertenece a una historia mía). Nombres como esos, que usé poco, los reutilizo para que cundan.
Espero que os guste la historia. Podeis ayudarme a mejorarla si algo no os convence. En este caso lo agradecería *0*
Aclaraciones:
Arameddan es una raza perteneciente al fuego, por lo que se supone que su comportamiento es cálido y eso.
Negro sobre Rojo: La historia de Selene Gariel
“ La familia Gariel era grande y poderosa. Sus miembros tenían grandes capacidades, y eran bravos guerreros. Aceptaban cualquier reto que se les pusiera delante y, al ser una fuerte unidad, siempre salían victoriosos. Excepto una vez …
Otra famosa familia, los Aurion, los retó. Ambas familias estaban enemistadas, y pasaron años provocándose, hasta que estalló la guerra entre ellas. Por primera vez los Gariel perdieron; y no quedó ni uno.”
Contado por Eldwin; amigo de la familia Gariel.
“ Yo, al igual que todos los seres vivos, no recuerdo el día de mi nacimiento. No sé si llovía o hacía sol ni si fue un día alegre o uno triste. Mis primieras imágenes se remontan a mi infancia. Esa época en la que disfrutaba simplemente con estar cerca de mis padres y sentirme el centro de su mundo. Esa época en la que el dolor profundo carecía de significado para mí. Esa época que fue tan breve … Puedo recordar mi infancia como el tiempo más feliz de mi vida.
Yo era una niña bastante alegre y activa, lo cual puede parecer irónico. Me gustaba mi vida, tranquila según mi punto de vista. Mi padre, Alexander Gariel, se ausentaba en ocasiones para luchar en batallas, pero siempre regresaba, por lo que jamás llegué a temer por él; considerándolo imbatible.
Cuando contaba con cinco años mi familia entró en guerra con otra de conocido nombre. Al principio me pareció algo normal, pero pronto me percaté de que era diferente. Continuamente llegaban cartas de varios Gariel perdidos en combate y yo, demasiado inocente, no alcanzaba a comprender la situación. Las ausencias de mi padre comenzaron a prolongarse; y sus estancias en casa, sin embargo, eran cada vez más cortas. Parecía cansado y demacrado. De esta forma comencé a entender que la luz que iluminaba mi feliz vida comenzaba a apagarse.
El día que cumplí siete años mi padre me llevó a la habitación en la que tan sólo él podía entrar. El único lugar al que no me permitía acceder, creando una gran curiosidad en mi interior. Mi decepción fue palpable, pues no era más que una pequeña y oscura habitación con una mesa, una silla y muchos papeles. Mi padre me guió hasta una baúl que había en una esquina y me sonrió.
- Tengo un regalo para ti - me dijo, haciéndome reír.
Abrió el baúl y sacó un objeto largo envuelto en una tela. A medida que iba retirando la tela mi curiosidad aumentaba, pero me desagradó ver que no era más que una katana vieja, mellada y algo oxidada.
- Su nombre es Kinzoku - me comentó mi padre mientras me la entregaba -. Ha pasado de mano en mano durante varias generaciones, y ahora es tuya.
No era el regalo que siempre había deseado tener, pero no recuerdo haberme separado de ella desde el día que la recibí. Se convirtió, por así decirlo, en mi mejor amiga.
Mientras la guerra se prolongaba y más Gariel caían, comencé a atisbar nuevos problemas. Mis padres estaban preocupados por tenerme sólo a mí como hija. Mi madre, Seema Gariel, no lograba engendrar un varón. En mi familia sólo estos podían mantener viva la estirpe. La guerra estaba acabando con todos ellos y, al mismo tiempo, con la vida que había tenido hasta ese momento.
Cuando yo tenía ocho años mi padre partió por última vez. Murió en una batalla; fue un duro golpe para mí, pues, como ya mencioné, nunca había temido por él. Su pérdida también tomó por sorpresa a mi madre, quien, tal vez debido al sufrimiento, perdió la razón. Enloqueció.
Ahí mi luz se apagó y mi sonrisa fue cada vez menos frecuente. Mi madre me trataba mal: me gritaba y golpeaba. No tardé en comprender que había dejado de apreciarme. Me culpaba de la muerte de mi padre, de la guerra, de mi condición de mujer … Yo misma comencé a odiarme por no ser capaz de hacer feliz a la única persona que me quedaba.
Aún no había cumplido los nueve años cuando mi madre me sacó de casa con lágrimas en los ojos. Ninguno de mis “¿A dónde vamos?” obtuvo respuesta. Me dejó en medio de la nada y me miró de forma extraña. Cuando me dio la espalda comprendí que me iba a dejar allí; sola. Sola …
No quería estar sola. Me aterraba estar sola, y ella no lo comprendía. Me golpeaba y gritaba, pero yo únicamente quería estar junto a ella … Me puse furiosa de pronto. Soportaba todo el dolor que me infligía para no irme de su lado, pero ella seguía rechazándome.
- ¿Por qué …? -pregunté en un susurro, pero no me miró. Continuó alejándose. Mis palabras parecían huecas para ella. El sufrimiento me cegó. Debía detenerla.
Desenvainé mi katana y oprimí su empuñadura con fuerza. Me acerqué a mi madre con pasos lentos, pero se volteó a tiempo para mirarme y comprender. Me sonrió por primera vez en mucho tiempo.
Era verano, pero en mis recuerdos el suelo estaba lleno de nieve. Nieve blanca cubierta por el rojo color de la sangre. Los brazos de mi madre rodeaban mi cuerpo en un último abrazo; y mis pequeñas manos temblaban sin soltar la katana. El viscoso líquido, cálido, resbalaba por el filo de mi espaday teñía mi cuerpo y ropa.
Me separé de ella lentamente, casi con dulzura, y la miré. Su rostro era ahora una máscara de tranquilidad. Sentí ganas de llorar, pero me limpió las lágrimas con cariño. El cariño que yo había anhelado tanto tiempo. Poco después sus ojos se apagaron y su respiración se volvió más lenta.
- Gracias … -su voz apenas era audible, pero la escuché como si la hubiera gritado junto a mí oído. Dolía de la misma forma. No dijo nada más. Cerró los ojos y nunca volvió a hablar.
Me marché del lugar sin volver la vista atrás, dejando al único ser al que quería descansando por siempre. Me dolía lo que había hecho, pero ella parecía aliviada; como si hubiera quitado de sus hombros una enorme carga que la hacía infeliz. A pesar de eso, jamás logré perdonarme.
Vagué durante años por bosques y montañas sin relacionarme con otros humanos más que para conseguir prendas de abrigo, armas o comida en los tiempos de escasez. Al principio me era imposible dormir bajo las estrellas y cualquier sonido me asustaba, pero poco a poco aprendí a diferenciar los ruídos insignificantes de los malos presagios.
Cuando abandoné mi hogar no sabía luchar, sin embargo, los continuos encuentros con fieras y bandidos me enseñaron como defenderme. Guardo cada una de las cicatrices que hay en mi cuerpo como la prueba de una nueva lección aprendida. Suplí mi falta de fuerza con sigilo, descubriendo que, en ocasiones, saber ocultarse es la mejor opción posible.
De mi anterior vida apenas quedaron los escombros. Ya no había sonrisas en mi rostro, calor en mis ojos ni palabras en mis labios. Sólo me quedaba la voluntad de seguir viviendo cada día para, de alguna forma, reparar el pecado por el que sufría.
Vivo sólo para enmendar ese error manteniendo la opinión “morir sería demasiado bello …”. No tengo miedo al dolor ni a la muerte, pero no me permitiré el rendirme hasta que, de alguna forma, me sienta a gusto conmigo misma. Si pudiera regresar atrás borraría aquella tarde en la que creo haber perdido mi humanidad. Al igual que la noche cubrió aquel día; una capa oscura, triste y melancólica cubrió mi alma roja de Arameddan.”
Contado por Selene Gariel.
Espero que os guste la historia. Podeis ayudarme a mejorarla si algo no os convence. En este caso lo agradecería *0*
Aclaraciones:
Arameddan es una raza perteneciente al fuego, por lo que se supone que su comportamiento es cálido y eso.
Negro sobre Rojo: La historia de Selene Gariel
“ La familia Gariel era grande y poderosa. Sus miembros tenían grandes capacidades, y eran bravos guerreros. Aceptaban cualquier reto que se les pusiera delante y, al ser una fuerte unidad, siempre salían victoriosos. Excepto una vez …
Otra famosa familia, los Aurion, los retó. Ambas familias estaban enemistadas, y pasaron años provocándose, hasta que estalló la guerra entre ellas. Por primera vez los Gariel perdieron; y no quedó ni uno.”
Contado por Eldwin; amigo de la familia Gariel.
“ Yo, al igual que todos los seres vivos, no recuerdo el día de mi nacimiento. No sé si llovía o hacía sol ni si fue un día alegre o uno triste. Mis primieras imágenes se remontan a mi infancia. Esa época en la que disfrutaba simplemente con estar cerca de mis padres y sentirme el centro de su mundo. Esa época en la que el dolor profundo carecía de significado para mí. Esa época que fue tan breve … Puedo recordar mi infancia como el tiempo más feliz de mi vida.
Yo era una niña bastante alegre y activa, lo cual puede parecer irónico. Me gustaba mi vida, tranquila según mi punto de vista. Mi padre, Alexander Gariel, se ausentaba en ocasiones para luchar en batallas, pero siempre regresaba, por lo que jamás llegué a temer por él; considerándolo imbatible.
Cuando contaba con cinco años mi familia entró en guerra con otra de conocido nombre. Al principio me pareció algo normal, pero pronto me percaté de que era diferente. Continuamente llegaban cartas de varios Gariel perdidos en combate y yo, demasiado inocente, no alcanzaba a comprender la situación. Las ausencias de mi padre comenzaron a prolongarse; y sus estancias en casa, sin embargo, eran cada vez más cortas. Parecía cansado y demacrado. De esta forma comencé a entender que la luz que iluminaba mi feliz vida comenzaba a apagarse.
El día que cumplí siete años mi padre me llevó a la habitación en la que tan sólo él podía entrar. El único lugar al que no me permitía acceder, creando una gran curiosidad en mi interior. Mi decepción fue palpable, pues no era más que una pequeña y oscura habitación con una mesa, una silla y muchos papeles. Mi padre me guió hasta una baúl que había en una esquina y me sonrió.
- Tengo un regalo para ti - me dijo, haciéndome reír.
Abrió el baúl y sacó un objeto largo envuelto en una tela. A medida que iba retirando la tela mi curiosidad aumentaba, pero me desagradó ver que no era más que una katana vieja, mellada y algo oxidada.
- Su nombre es Kinzoku - me comentó mi padre mientras me la entregaba -. Ha pasado de mano en mano durante varias generaciones, y ahora es tuya.
No era el regalo que siempre había deseado tener, pero no recuerdo haberme separado de ella desde el día que la recibí. Se convirtió, por así decirlo, en mi mejor amiga.
Mientras la guerra se prolongaba y más Gariel caían, comencé a atisbar nuevos problemas. Mis padres estaban preocupados por tenerme sólo a mí como hija. Mi madre, Seema Gariel, no lograba engendrar un varón. En mi familia sólo estos podían mantener viva la estirpe. La guerra estaba acabando con todos ellos y, al mismo tiempo, con la vida que había tenido hasta ese momento.
Cuando yo tenía ocho años mi padre partió por última vez. Murió en una batalla; fue un duro golpe para mí, pues, como ya mencioné, nunca había temido por él. Su pérdida también tomó por sorpresa a mi madre, quien, tal vez debido al sufrimiento, perdió la razón. Enloqueció.
Ahí mi luz se apagó y mi sonrisa fue cada vez menos frecuente. Mi madre me trataba mal: me gritaba y golpeaba. No tardé en comprender que había dejado de apreciarme. Me culpaba de la muerte de mi padre, de la guerra, de mi condición de mujer … Yo misma comencé a odiarme por no ser capaz de hacer feliz a la única persona que me quedaba.
Aún no había cumplido los nueve años cuando mi madre me sacó de casa con lágrimas en los ojos. Ninguno de mis “¿A dónde vamos?” obtuvo respuesta. Me dejó en medio de la nada y me miró de forma extraña. Cuando me dio la espalda comprendí que me iba a dejar allí; sola. Sola …
No quería estar sola. Me aterraba estar sola, y ella no lo comprendía. Me golpeaba y gritaba, pero yo únicamente quería estar junto a ella … Me puse furiosa de pronto. Soportaba todo el dolor que me infligía para no irme de su lado, pero ella seguía rechazándome.
- ¿Por qué …? -pregunté en un susurro, pero no me miró. Continuó alejándose. Mis palabras parecían huecas para ella. El sufrimiento me cegó. Debía detenerla.
Desenvainé mi katana y oprimí su empuñadura con fuerza. Me acerqué a mi madre con pasos lentos, pero se volteó a tiempo para mirarme y comprender. Me sonrió por primera vez en mucho tiempo.
Era verano, pero en mis recuerdos el suelo estaba lleno de nieve. Nieve blanca cubierta por el rojo color de la sangre. Los brazos de mi madre rodeaban mi cuerpo en un último abrazo; y mis pequeñas manos temblaban sin soltar la katana. El viscoso líquido, cálido, resbalaba por el filo de mi espaday teñía mi cuerpo y ropa.
Me separé de ella lentamente, casi con dulzura, y la miré. Su rostro era ahora una máscara de tranquilidad. Sentí ganas de llorar, pero me limpió las lágrimas con cariño. El cariño que yo había anhelado tanto tiempo. Poco después sus ojos se apagaron y su respiración se volvió más lenta.
- Gracias … -su voz apenas era audible, pero la escuché como si la hubiera gritado junto a mí oído. Dolía de la misma forma. No dijo nada más. Cerró los ojos y nunca volvió a hablar.
Me marché del lugar sin volver la vista atrás, dejando al único ser al que quería descansando por siempre. Me dolía lo que había hecho, pero ella parecía aliviada; como si hubiera quitado de sus hombros una enorme carga que la hacía infeliz. A pesar de eso, jamás logré perdonarme.
Vagué durante años por bosques y montañas sin relacionarme con otros humanos más que para conseguir prendas de abrigo, armas o comida en los tiempos de escasez. Al principio me era imposible dormir bajo las estrellas y cualquier sonido me asustaba, pero poco a poco aprendí a diferenciar los ruídos insignificantes de los malos presagios.
Cuando abandoné mi hogar no sabía luchar, sin embargo, los continuos encuentros con fieras y bandidos me enseñaron como defenderme. Guardo cada una de las cicatrices que hay en mi cuerpo como la prueba de una nueva lección aprendida. Suplí mi falta de fuerza con sigilo, descubriendo que, en ocasiones, saber ocultarse es la mejor opción posible.
De mi anterior vida apenas quedaron los escombros. Ya no había sonrisas en mi rostro, calor en mis ojos ni palabras en mis labios. Sólo me quedaba la voluntad de seguir viviendo cada día para, de alguna forma, reparar el pecado por el que sufría.
Vivo sólo para enmendar ese error manteniendo la opinión “morir sería demasiado bello …”. No tengo miedo al dolor ni a la muerte, pero no me permitiré el rendirme hasta que, de alguna forma, me sienta a gusto conmigo misma. Si pudiera regresar atrás borraría aquella tarde en la que creo haber perdido mi humanidad. Al igual que la noche cubrió aquel día; una capa oscura, triste y melancólica cubrió mi alma roja de Arameddan.”
Contado por Selene Gariel.
Re: Negro sobre Rojo. - La historia de Selene Gariel.
XDDDDDDDDDD ¿Aún no está en RE pero ya está aquí? XDDD Tiene su gracia. Me gusta, pero es algo larga, ¿no? A lo mejor no te dejan ponerla allí ...
Dekiru- Neko-Yasha
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Re: Negro sobre Rojo. - La historia de Selene Gariel.
Sweet~
¡Qué mona es Selene! A mí me gustó mucho -ya te lo dije XDU-. Lo único es que sigo pensando que en estas frases: "De mi anterior vida apenas quedaron los escombros... sufría" hubiese quedado mejor en presente -opinión personal XDU- porque en el presente sigue igual, ¿no?.
En fin, a mí no me pareció largo o.o y el título es "genialoso" XD.
¡Qué mona es Selene! A mí me gustó mucho -ya te lo dije XDU-. Lo único es que sigo pensando que en estas frases: "De mi anterior vida apenas quedaron los escombros... sufría" hubiese quedado mejor en presente -opinión personal XDU- porque en el presente sigue igual, ¿no?.
En fin, a mí no me pareció largo o.o y el título es "genialoso" XD.
Gray- Cerbero Diseñador
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Re: Negro sobre Rojo. - La historia de Selene Gariel.
Como todo lo que escribes, increible.
Me tienes que contar como lo consigues
Me tienes que contar como lo consigues
Estefano- Zou-Yasha
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Re: Negro sobre Rojo. - La historia de Selene Gariel.
nyaa~~ Yo ya lo leí un par de veces 8D me gusta me gusta
al final quedó familia Aurion vaaaya XD
humm no se si poner el de Darius...tengo q pasarle a soul el remasterizado >.<
nyaa~~ XD
al final quedó familia Aurion vaaaya XD
humm no se si poner el de Darius...tengo q pasarle a soul el remasterizado >.<
nyaa~~ XD
Thobari Ryo- Administrador
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Re: Negro sobre Rojo. - La historia de Selene Gariel.
Selene +10 ^^
Me gustó tu trsfondo, muy bieno, en serio ^^
Si te curraste de éste modo el trasfondo de tu personaje.. creo que debría comenzar a leer tus demas fics
(Me pogno a ello enseguida >=3)
Me gustó tu trsfondo, muy bieno, en serio ^^
Si te curraste de éste modo el trasfondo de tu personaje.. creo que debría comenzar a leer tus demas fics
(Me pogno a ello enseguida >=3)
Invitado- Invitado
Re: Negro sobre Rojo. - La historia de Selene Gariel.
XDDD Lo colgué aquí antes que en RE XDDDD Lo cierto es que luego tuve que mutilarlo, así que esta es la versión completa ...
ù//u Si me halagas tanto me obligas a escribir cosas ... Jus ... XD
ù//u Si me halagas tanto me obligas a escribir cosas ... Jus ... XD
Re: Negro sobre Rojo. - La historia de Selene Gariel.
Aquí pongo lo que vendría siendo una expansión de la historia de Sel : D
Aprendizaje
Aprendí a luchar a los seis años; o, más bien, comencé a aprender, pero de una forma no demasiado seria. Mi padre o mi tío, cuando pudieronn, comenzaron a enseñarme a moverme, a esquivar y a reaccionar con velocidad mediante juegos. Mi padre me llevaba con él a escalar algunos montes poco escarpados de la zona, me explicó algunas formas de hacer fuego sin utilizar la magia, me mostró un par de maneras de ocultar las pisadas para no ser descubierto en terreno enemigo e intentó, en vano, enseñarme a leer un mapa.
A mí me parecía divertido pasar con él todo el tiempo que podíamos aprovechar y, por ello, lo disfrutaba absorbiendo toda la información que mi pequeña y curiosa cabeza era capaz de almacenar.
Mi madre, por su parte, se encargaba de algunas enseñanzas con motivos menos bélicos que los anteriores. Ella fue quién me enseñó a tocar el piano. En parte, al menos. También se encargó de hablarme de la historia de mi familia; de enseñarme a leer, haciendo uso de los pocos libros a los que teníamos acceso y yo podía entender, y las nociones matemáticas básicas. Asimismo, me ilustró sobre las diferencias entre algunos tipos interesantes de plantas. “Esta es comestible y esta no. Si comes esto te entrará fiebre; es tóxico. Esta sólo te la puedes comer si está hervida y, además, tiene un sabor amargo muy desagradable. Aquella sirve de anestésico y esta otra contrarresta algunos venenos suaves. Estas dos son venenosas y esa sirve para desinfectar heridas y facilitar su cicatrización.”
Aprendí a reconocerlas prácticamente todas, pese a que el tiempo acabó borrando poco a poco la mayoría de aquellos nombres.
Mi madre usaba el arco de manera magistral y sabía pintar y cantar espectacularmente. Me encantaba cuando hacía cualquiera de esas tres cosas. Sólo tenía siete años cuando me escabullí para ir a verla disparar contra las dianas que había tras nuestra casa. Hacía viento, por lo que ella parecía más concentrada que de costumbre, y su mirada de concentración posada sobre el blanco al que apuntaba me parecía admirable.
Como me interesaba más ver su actitud que el contar el número de flechas que daban en el blanco, tuve la imprudente idea de apoyarme en un árbol que se encontraba unos metros tras las dianas, a la izquierda. Ella no se fijó en mí.
Cada una de sus flechas, más o menos precisa, silbaba unas décimas de segundo en el aire antes de clavarse con un sonido contundente en la diana correspondiente. Sin embargo, en un momento en el que la fuerza del viento fue excesiva, la flecha se desvió de su rumbo y vino hacia mí, clavándose a un escaso metro de mis pies, en el suelo. Mi madre gritó. Observé la saeta sin comprender el problema mientras ella corría hacia mí. Me abrazó con fuerza y lloró. Temblaba. Yo no estaba herida, pero me sentí como si hubiera hecho algo terrible. Inmóvil, silenciosa, me quedé allí sentada, abrigada por su calor.
El calor que añoro cada día.
A veces me cantaba canciones con su voz clara y dulce, agradable; canciones que sólo ella conocía y de las cuales pocas repetía alguna vez. Acompañadas al piano o sin acompañamiento, algunas hablaban de batallas, otras de una joven que esperaba a un amado que no llegaba. La que más me gustaba era una que hablaba de la luna, y que parecía diferente cada vez que yo la escuchaba, como si quisiera emular la misma imagen de la luna a la que cantaba, que cambiaba cada noche.
Mis padres se querían. Yo era muy joven, pero lo sabía por como se miraban. Cuando sus ojos se cruzaban, ambos sonreían, como si se hubieran encontrado tras una larga búsqueda. Para mí, ellos simbolizaban aquello que yo tenía como definición de amor, aunque mi concepto sobre el amor no tuvo tiempo a evolucionar demasiado.
Como he dicho, yo era muy joven. Los perdí antes de que pudieran enseñarme esa lección.
Aprendizaje
Aprendí a luchar a los seis años; o, más bien, comencé a aprender, pero de una forma no demasiado seria. Mi padre o mi tío, cuando pudieronn, comenzaron a enseñarme a moverme, a esquivar y a reaccionar con velocidad mediante juegos. Mi padre me llevaba con él a escalar algunos montes poco escarpados de la zona, me explicó algunas formas de hacer fuego sin utilizar la magia, me mostró un par de maneras de ocultar las pisadas para no ser descubierto en terreno enemigo e intentó, en vano, enseñarme a leer un mapa.
A mí me parecía divertido pasar con él todo el tiempo que podíamos aprovechar y, por ello, lo disfrutaba absorbiendo toda la información que mi pequeña y curiosa cabeza era capaz de almacenar.
Mi madre, por su parte, se encargaba de algunas enseñanzas con motivos menos bélicos que los anteriores. Ella fue quién me enseñó a tocar el piano. En parte, al menos. También se encargó de hablarme de la historia de mi familia; de enseñarme a leer, haciendo uso de los pocos libros a los que teníamos acceso y yo podía entender, y las nociones matemáticas básicas. Asimismo, me ilustró sobre las diferencias entre algunos tipos interesantes de plantas. “Esta es comestible y esta no. Si comes esto te entrará fiebre; es tóxico. Esta sólo te la puedes comer si está hervida y, además, tiene un sabor amargo muy desagradable. Aquella sirve de anestésico y esta otra contrarresta algunos venenos suaves. Estas dos son venenosas y esa sirve para desinfectar heridas y facilitar su cicatrización.”
Aprendí a reconocerlas prácticamente todas, pese a que el tiempo acabó borrando poco a poco la mayoría de aquellos nombres.
Mi madre usaba el arco de manera magistral y sabía pintar y cantar espectacularmente. Me encantaba cuando hacía cualquiera de esas tres cosas. Sólo tenía siete años cuando me escabullí para ir a verla disparar contra las dianas que había tras nuestra casa. Hacía viento, por lo que ella parecía más concentrada que de costumbre, y su mirada de concentración posada sobre el blanco al que apuntaba me parecía admirable.
Como me interesaba más ver su actitud que el contar el número de flechas que daban en el blanco, tuve la imprudente idea de apoyarme en un árbol que se encontraba unos metros tras las dianas, a la izquierda. Ella no se fijó en mí.
Cada una de sus flechas, más o menos precisa, silbaba unas décimas de segundo en el aire antes de clavarse con un sonido contundente en la diana correspondiente. Sin embargo, en un momento en el que la fuerza del viento fue excesiva, la flecha se desvió de su rumbo y vino hacia mí, clavándose a un escaso metro de mis pies, en el suelo. Mi madre gritó. Observé la saeta sin comprender el problema mientras ella corría hacia mí. Me abrazó con fuerza y lloró. Temblaba. Yo no estaba herida, pero me sentí como si hubiera hecho algo terrible. Inmóvil, silenciosa, me quedé allí sentada, abrigada por su calor.
El calor que añoro cada día.
A veces me cantaba canciones con su voz clara y dulce, agradable; canciones que sólo ella conocía y de las cuales pocas repetía alguna vez. Acompañadas al piano o sin acompañamiento, algunas hablaban de batallas, otras de una joven que esperaba a un amado que no llegaba. La que más me gustaba era una que hablaba de la luna, y que parecía diferente cada vez que yo la escuchaba, como si quisiera emular la misma imagen de la luna a la que cantaba, que cambiaba cada noche.
Mis padres se querían. Yo era muy joven, pero lo sabía por como se miraban. Cuando sus ojos se cruzaban, ambos sonreían, como si se hubieran encontrado tras una larga búsqueda. Para mí, ellos simbolizaban aquello que yo tenía como definición de amor, aunque mi concepto sobre el amor no tuvo tiempo a evolucionar demasiado.
Como he dicho, yo era muy joven. Los perdí antes de que pudieran enseñarme esa lección.
Re: Negro sobre Rojo. - La historia de Selene Gariel.
Me gusta, me gusta cómo relatas la historia y básicamente la historia en sí. Me gusta también la última frase, seh ù.u
-L-- Uma-Yasha
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Re: Negro sobre Rojo. - La historia de Selene Gariel.
Aahh la vida de Seeeel ~~ nyam *w* me hace gracia como es y como era porque casi es la misma XD
queremos a Daphnee *o* al menos yo <o<
8D
queremos a Daphnee *o* al menos yo <o<
8D
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