Elincia Vs Canon [Partida]

Katia

Sus palabras hicieron que me parara en seco. Ese imbécil había osado insultar a mi Dios. Nuestro Dios. Me giré, y me encaré con aquel tipo. Podía soportar que se metiera conmigo. Podía hacer el esfuerzo de comprender sus razones. Podía hacer muchas cosas, pero no estaba dispuesta a permitir que insultase a mi Dios. Nuestro Dios.

-¡¿Cómo te atreves?! -vociferé, colérica- Mira, maldito traidor, nuestro Dios es perfecto. Él rige todo mi mundo. Nuestro mundo. Todas sus decisiones están pensadas para que nosotros, los canoniense, podamos vivir mejor. Aunque claro, un puñetero traidor como tú jamás lo comprenderá, porque está demasiado ocupado flirteando con el enemigo en medio de... ¡Oh, sí! ¡En medio de una guerra! Eres un asqueroso traidor... Sólo piensas en pasartelo bien y no piensas en el futuro... Ojalá te den el mismo trato que a tus amigas -sentencié, mientras me dirigía a mi posición inical.

Lenz

había sido realmente genial, la había enfurecido de verdad. Heché la lengua.

- Yo pienso en un futuro donde ambas razas no deban pelearse por caprichos de sus Dioses sino que puedan vivir en paz siendo una sola aunque algo tan estúpido como somos los humanos nunca podamos llegar a ese tipo de simbiosis, por eso los animales siempre serán mejores que nosotros.. -Dije tornando algo más serio.

Tzabcan salió algo alterado y me rozó el mentón.

- Tranqui amiguito, esto no es más que una discusión de párbulos.... -Dije acariciándolo.

Sebastian

Estaba harto de escuchar como Katia y Lenz discutían, que pesados, por Canon.

- Mirad tortolitos... dejad de discutir. - Aclaré en medio de su conversación.

De repente, dirigí mi mirada hacia todas las personas que nos rodeaban.
- Estas Elincias serán encarceladas durante el resto de sus vidas inocentes, ya sé que es un poco cruel.

- Dije fingiéndo tristeza. - Pero hemos de ganar la guerra por nuestro adorado dios. - Añadí.


Mizuko

- ¿Qué significa que vamos a estar encerradas durante toda nuestra vida? - Pregunté entristecida.

- Yo... Yo... - Lloré con la cabeza baja.

- ¡Jellege! - Grité mientras una llama del tamaño de un puño aparecía delante de Sebastian.

- ¡Si no quieres que te queme la cara! Libéranos... - Ordené soltando mi mano de la suya.

Leah

Al oír la voz del guardia, solté una carcajada, pero lo miré furiosa, librándome de su mano.

- ¡¿Encerradas?! ¡¿Vienes a mi mundo, me traes aquí en contra de mi voluntad y pretendes encerrarme?! Yo no estoy metida en esta maldita guerra ...

Suspiré y miré a la chica ... Katia ...

- Tú, Katia ... ¿No? ¿Puedo pronunciar tu nombre o es un insulto? -me detuve para reír-. Bueno ... En serio ... ¿Puedes hablar con tu Dios para que me libere, eh? Quiero regresar a mi planeta.

No quería enfurecerla, aunque parecía eser tarea sencilla.

Katia

Las elincias habían logrado separarse de Sebastian. Te está bien, pensé, por andar tonteando con el público. Suspiré, y miré a la elincia pelirroja, que se había dirigido a mí.

-Yo no puedo hablar con mi Dios -expliqué-. Y, sinceramente, aunque pudiese dudo que te ayudase. A fin de cuentas, no dejas de ser del enemigo ¿Por qué debería ayudarte?

Sebastian

Mizuko pretendía hacerme daño con una bola de fuego.

- Mizuko... si tu me quemas la cara, yo te quemaré viva, hasta que solo seas cenizas. - Amenacé.

Mizuko

Tras escuchas la amenaza de Sebastian, cancelé mi hechizo eliminando la bola de fuego.
De repente, lágrimas brotaron de mis ojos castaños, y una tristeza inundó mi corazón.

Leah

Puse los ojos en blanco. Parece que no sería tan fácil escapar de allí.

- Te lo explicaré. Tú me ayudarás, porque no te hecho nada. ¿De verdad sirves a alguien que va a casa de un desconocido y lo captura? Eso, en mi mundo, se llama "secuestrar".

Miré al guardia con enfado y me alejé de él, acercándome a Lenz.

- Yo no quería meterme en estúpidos juegos de guerra. ¿Es mi culpa haber nacido allí? Yo sólo quiero sobrevivir, nada más ... Y la otra niña tampoco parece pintar mucho aquí.

Miré a mi alrededor, buscando alguna forma de salir de allí.

Lenz

Presté atención a las palabras de Sebastian y fruncí el seño.

- Oye tio, no me vengas con esas historias y menos aun intentes hacerte el héroe, ¿Qué sentido tiene cojer a dos inocentes cuando estan tan tranquilas en su planeta y encerrarlas como dos ratas? Si este es el honor de Canon entonces me avergüenzo. - Dije poniendome cerca de Leah para defendernos

Sebastian

Después de ignorar la palabras de Lenz, ofrecí a las elincias.

- Si queréis huír, solo tenéis que realizar el sello Canon, como el de Hatock. - Reí.

De repente, una gran cantidad de energía surgió de la nada. La gente se quedó fascinada ante gran cantidad de poder.
De repente, una figura aparece entre el bullicio de gente y se acerca hasta Sebastian.


Canon

- ¡Basta ya, Sebas! - Ordené con euforia.

Miré a las prisioneras.

- Que mueran mañana. - Ordené.

Mizuko

Era increíble, Canon apareció y no condenó a muerte. Solo pude llorar ante tal situación.

Lenz

Miré a Canon algo sorprendido, aunque no lo respetase en anda el tipo era un pez gordo.

- Canon...- Alcancé a susurrar sonríendo. - Apuesto a que alguien como tú no jugará a algo tan tonto como secuestrar pequeñas Elinzias. no soy ningún traidor Canon pero no me gustan muchas de las cosas que hacen tus hombres...- Afirmé con seriedad. - Y te aseguro que ninguna de estas dos chicas está dispuesta a atacarte.

Leah

Al sentir su poder, me puse nerviosa. Parecía que aquello iba mal. Morir ... Haría cualquier cosa si podía evitar la muerte ... Cualquier cosa ... Negé. No podía pasar eso. La situación me hacía perder los nervios ...

- No ... No puedo morir ... ¡¿Vas a matarme por haber nacido en un planeta que no es el tuyo?! ¡¿Qué clase de Dios eres?! ¡¡¿Cómo pretendes que la gente te adore?!! Sólo eres un abusón ... Y ellos confían en ti ... Sólo juegas con la vida ... No ...

Me dejé caer de rodillas ... Lo que más me aterraba del mundo era aquello ... Morir.

Katia

Me disponía a replicarle a la elincia pelirroja, cuando apareció él. Canon. Noté como un ligero rubor cubrió mis mejillas, tiñéndolas de un rosado tono. Tras unos largos segundos, bajé la cabeza, a modo de reverencia. Con la cabeza gacha, miré de reojo a la elincia rubia. Lloraba. Luego, dirigí mi mirada hacia la elincia pelirroja, que se había desplomado. Ignoré sus comentarios, aunque no dejé de mirarla. ¿Qué hubiese hecho yo si estuviera en su situación? Negué con la cabeza, y clavé mi atención en Lenz. Fruncí el ceño. ¿Acaso estaba replicando la decisión de nuestro Dios?

-Afirmas que las elincias no están dispuestas a atacar a Canon -murmuré, sin dejar de mirar a Lenz-, pero sin embargo, la elincia que llora amenazó a Sebastian... ¿Cómo sabes que no le hará lo mismo a nuestro Señor?

Lenz

miré a Leah preocupado y me agaché para rodearla a modo de escudo. Luego escuché las palabras de Katia.

- ¿Y qué harias tú,e? ¿Qué harias si te vieses embuelta en algo que no te concierne y de pronto decidiesen encerrarte por siempre? ¿Acaso no intentarías salvarte por todos tus medio? - Empecé a enfadarme, las cosas se ponían tensas y los que habían sido mis compañeros canonienses parecían integrantes de una secta peligrosa.

Leah

Mi vida ... Era lo único que me importaba. Sólo mi vida. Nadie me tenía por alguien importante. No tenía seres queridos ni enemigos ... ¿Quién me recordaría si me iba? Por eso no podía morir ... Sentí el contacto de Lenz y me relajé. Ahora lo veía cercano ... Si me esforzaba, podría recordarme él ... Pero eso no es algo que se consiguiera en un día ... Por eso tenía que vivir. Vivir y entregar mi vida a otros para así, si desaparecía, seguir viviendo en ellos.

- Si muero ... No me recordarán ... Nadie me recordará y habré desaparecido ... ¿Para qué sirve vivir, entonces ...? -susurré casi para mí. Estaba aterrorizada. Sólo la muerte lograba asustarme así, y sabía que Canon podría entregármela.

Lenz

Me volví al escuchar las palabras de Leah y le susurré.

- Hey, no vas a morir, ¿vale? El tipo ese no puede ser tan sarnoso y no sotros no podemos ser tan deviles...- Intenté bromear. - Y en el caso de que lo hagamos claro que nos recordarán, mira que espectáculo estamos montando. - Le sonreí antes de volverme de nuevo hacia el resto.

- ¡Canon! ¡¿En serio eres tan vulgar?! - le grité desafiante

Leah

Miré a Lenz con los ojos húmedos. Me sentía más a salvo si él estaba ahí, aunque fuera apenas un desconocido. Tal vez porque me ayudaba, aunque fuéramos enemigos ... Tal vez por que me había invitado a cenar, aunque él no había pagado ... Respiré hondo ... Los nervios no iban a ayudar ...

- Lenz ... - murmuré mientras me ponía en pie y clavaba mis ojos en los suyos, sonriendo de nuevo-. Sé que no es un momento adecuado, pero ... Sólo quería pedirte que seas tú quien me recuerde si muero.

Y dicho esto, me volví hacia todas las personas que allí había. Ahora, más que nunca, quería huír.

URAI Y DILLITA
Nada mas llegar y ver a toda esta peña me escondi entre las rpoas de Urai, con suerte no me veran.

- Joder, -suspire- con lo bien que estaba yo en Elinicia, un mundo tranquilo, en paz, sin tantas guerras por chorradas.
Alce la vista, mire a Canon a los ojos y usando un tono ironico algo elevado - Por cierto me puede decir usted, oh glorioso Canon, que le hemos hecho nosotros, unos pobres e insignificantes insectos para que nos hayais capturado y nos vayais a ejecutar.

Mizuko

Morir.... Íbamos a morir...
- Señor... Señor Canon... ¿No hay otra cosa que pueda hacer? - Pregunté para intentar evitar la muerte.

- Por favor. - Lloré.

Canon

Las respuestas de todos iban en contra mía, incluso las de los canonienses.

- Podéis... no sé... ¿trabajar para mí? - Reí.

- ¡Venga ya! Todos los elincios merecen morir, ¡todos! - Gruñí.

- Además... no tienen familia... seguro que su muerte no afectará a nadie.

Sebastian

Canon se río de las elincias, parecía un poco cruel, pero tenía que estar a sus órdenes.

- Mi señor... ¿y si sólo las encerramos? - Pregunté.

Katia

Decidí ignorar las palabras de aquel traidor, Lenz. No había necesidad de responder. En su lugar, escuché las palabras de mi Dios en silencio, sin dejar de mirar a las elincias. Tenían reacciones tan... similares... Volví a preguntarme que hubiese hecho yo en su situación. No lo sabía, ni tenía intención de saberlo, pero no podía dejar de preguntarmelo. Negué, en silencio. No se puede hacer nada, las guerras son así; dije para mí, pensando que tal vez cuanto más lo repitiese antes terminaría por creermelo. Tras escuchar las palabras de mi Dios, me volví hacia Sebastian.

-No creo que encerrándolas ganen algo -murmuré, con un hilo de voz-. Personalmente, siempre he creído que es mejor morir que permancer encerrada como una rata hasta en fin de mis días... Además, estamos en guerra -recordé, aumentando el volumen de mi voz-, las cosas son así.

Canon

Miré a Sebastian y a una chica canoniense que me apoyaba.

- Sebastian, sino quieres sufrir daños, haz lo que yo te diga. - Ordené con cara fría.

- ¿Cómo te llamas, jovencita? - Pregunté fijando mi mirada en la joven y sonriéndole.

Giré un momento mi cara hacia Sebastian.

- Llévatelas a los calabozos, te dejo que compartan habitación, pero quítales sus armas. - Ordené girando mi cara hacia los canonienses traidores.

- Como hagáis algo para protegerlas, os arrancaré la cabeza de cuajo en persona. - Advertí volviendo mi cara hacia la joven.

Sebastian

Tenía que llevar a Leah y Mizuko a los calabozos, sin rechistar, o sino sufriría las consecuencias. No era que las quisiera salvar, pero matarlas me parecía un poco exagerado.

- Lo siento chicas, he de llevaros. - Dije dirigiéndo mis manos hacias ellas para agarrarlas.

Mizuko

Sebastian intentó defendernos, pero no dio resultdo, era un mísero exclavo de la guerra y de Canon.
Mis ojos aún expulsaban lágrimas de tristeza y dolor. Miré a Leah.

- Veo que tenemos que pasar nuestras últimas horas juntas. - Susurré sin intentar huir de Sebastian, solo serviría para que Canon me atrapara.

- Ya no nos veremos más. - Dije a Lenz mirando sus manos, nostálgica.

Por último, mi mirada se fijo en Urai y Dillita.

- Chao. - Sonreí a ellos y a todos, en general, incluso a Sebastian, que intentó que no nos mataran.

Leah

Morir ... Vaya ... Dejé que Sebastian me agarrara. Ya no había nada que hacer.

- Tengo 17 años ... -gemí, aunque ya estaba resignada-. Y voy a morir ...

Miré a Urai y Dillita.

- Adiós, chicos ... Podíamos haber sido amigos ...

Luego miré a la canoniense y dibujé una amarga sonrisa.

- Tu dios va a matarme ... Tenemos la misma edad. ¿Sigues creyendo en él? Me parecías ... Inteligente.

Finalmente, miré a Lenz.

- Yo ... Te he conocido hoy, pero ... Quisiera haberte conocido mejor. Adiós ... A todos.

Y miré a Mizuko, la elincia que moriría conmigo.

- Lo siento ... Tenemos mala suerte, según parece.

Y, aunque lo intenté, no fui capaz de sonreír.

Lenz

Apreté los ojos y los puños con rabia al escuchar las palabras de los que me rodeaban.

- Tsk...- Si hacía algo Canon acabaría conmigo como con un insecto. Sino Leah y Mizuko morirían a manos del que había sido mi pueblo.

- Que demonios...- Susurré. Heché la manos a mi espalda haciéndome con la gran espada y lancé a Tzabcan contra Sebastian no sin antes decirle.

- Pequeño, hemos pasado largos años juntos...Haz lo que tengas que haer y luego vete. - Me dispuse a luchar por mi vida y la de ellas dos.

- ¡Moriré como una persona antes que vivir como un Canoniense cobarde! - Grité alzando mi espada hacia el poderoso Canon. luego miré a Mizuko y Leah.

- Quizás nos hayamos conocido hace poco pero soy consciente de que he vivido más estas ultimas horas que lo que llevo de vida. - Sonreí. - Y si he de morir a manos del que fue mi protector, lo haré recordando las vivas razones por las que lo he hecho.

Katia

Observé cómo aquel traidor, Lenz, realizaba una ofensiva contra Canon y Sebastian. Dudé unos instantes pero, finalmente, decidí ponerme delante de Sebastian, al tiempo que desenfundaba mi espada. Seguidamente, doblé ligeramente el brazo derecho, de forma que el filo del arma quedase frente a mí, a modo de escudo; mientras retrasaba unos centímetros mi pierna derecha, preparada para la defensa.

-¡Bunda a fém! -bramé, concentrando una ligera cantidad de energía en el hechizo. Si bien la magia no era lo mío, el pequeño escudo que había creado debería ser lo suficientemente resistente como para frenar a la serpiente.

Canon

Ví como la canoniense defendía a su compañero antes que a mí, su Dios. Eso era compañerismo y lo demás tonterías. Le guiñé un ojo sin fingir, me apetecía ligar.

- Gana el combate por mí, Katia. - Pedí utilizando mis encantos.

Mi mirada se fijó en Sebastian.

- ¡Llévatelas ya! - Ordené.

Sebastian

Katia se puso en frente mía para protegerme, seguramente lo hizo para que Canon la viera.

- Gracias Kat. - Agradecí mientras me dirigí a coger a las elincias.

Un carro apareció entre la multitud de gente, e instantáneamente Sebastian se subió a él llevándose consigo a Leah y Mizuko.

FdR: A partir de ahora hay poner el lugar de situación mientras no estén todos juntos.

Lenz - Pueblo

- ¡La madre que...!- No alcancé a acabar la frase y comencé a correr tras el carro sin conseguir alcanzarlo.

- ¡AAAAAAAAAAAAAGH! ¡ODIO A CANON Y A TODOS SUS SEGUIDORES! - Grité lleno de rabia, luego me di cuenta de que debía luchar contra la forofa de ese imbecil.

- No tengo demasiado tiempo antes de que se carguen a esas dos y estoy muy cabreado asúi que ¡no pienso andar con miramientos! - Dije mientras me ponía en guardia contra Katia.

- ¡Por la gloria de las bestias! - Grité lanzando la primera estocada.